"Un
criador de caballos dejó a sus hijos en herencia sus once caballos más valiosos.
Estableció el reparto de la siguiente manera: la mitad debía ser para el mayor;
la cuarta parte, para el mediano, y la sexta parte, para el benjamín. Pero,
evidentemente, los caballos no podían sacrificarse.
Los
hijos daban por imposible el reparto y, mientras pensaban cómo salir de
atolladero, se acercó a saludarles un vecino aficionado a las matemáticas.
Al
enterarse de la situación, el vecino, muy generoso, puso su magnífico caballo
junto a los demás (11 + 1 = 12) y procedió al reparto. La mitad del total (de
los 12) al hijo mayor, por lo que le tocan seis caballos. El mediano se llevó
la cuarta parte, es decir, tres caballos. Y el menor, la sexta parte, o sea dos
caballos.
Al terminar el reparto el vecino contó de nuevo los caballos, para cerciorarse de que el reparto estaba bien hecho: “seis del mayor, tres del mediano y dos del pequeño, son once caballos en total, y sobra uno. Justamente el caballo que sobra es el mío. Me lo llevo a mi cuadra y me alegro de haberos sido útil."
Al terminar el reparto el vecino contó de nuevo los caballos, para cerciorarse de que el reparto estaba bien hecho: “seis del mayor, tres del mediano y dos del pequeño, son once caballos en total, y sobra uno. Justamente el caballo que sobra es el mío. Me lo llevo a mi cuadra y me alegro de haberos sido útil."
Este problema aparece en numerosas publicaciones de matemáticas recreativas, por lo que es difícil conocer la autoría. Pero es un problema interesante
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